Quizás

Todo empezó a principios del segundo semestre de la universidad. Semana tras semana, día tras día, patio tras patio, viendo cómo el que antes fue mi grupo de colegas, cada vez se parecía más a un grupo de desconocidos.

Recuerdo nuestra mesa, nuestras charlas; criticando toda persona que estuviera a nuestro alrededor, contando todas y cada una de nuestras aventuritas diarias en el coche, de fiesta, con los colegas, con las varias chicas que íbamos conociendo. Nuestros ligues, proyectos, fracasos. Qué tal nos iba por casa, cómo nos sentíamos, qué nos rondaba la cabeza.

Largas charlas acompañadas de un café (en mi caso chocolate caliente, pues el café me sienta mal) que hoy, principios de febrero, han sido sustituidas por un largo e incomodo silencio. Únicamente interrumpido por puntuales mordiscos y el choque de nuestros dedos en la interacción con las pantallas táctiles de nuestros móviles. Sentados en la misma mesa, rodeados de la misma gente, sin entender por qué.

Quizás porque uno de nosotros había adquirido un nuevo vicio que lo distanciaba de los demás, que le acercaba a otros grupos con los que no teníamos relación alguna. Quizás porque un segundo había decidido centrar su vida en los juegos de rol y su pareja, así saltándose casi más clases que días tiene la semana. Quizás porque un tercero aun estar en esa mesa, tenía la cabeza en otra parte, en sus varios proyectos, aventuras y compromisos. Quizás porque un cuarto nunca llegó a cuajar, a formar parte de dicho grupo. Acompañado de un quinto que trataba de negar aquello que los demás veíamos, tratando de reavivar una llama casi extinta. Quizás porque yo mismo me sentía con un pie fuera de ese ambiente, no solo de universidad, sino de ciudad, de vida. Con ganas de una renovación, que no hacía más que complicar las cosas, que darme ganas de sacar ese segundo pie fuera del círculo, a sabiendas que ese segundo pie ya se encontraba de puntillas, a punto de ceder. Quizás…