Son las 7 y media de la mañana cuando el estridente tono de mi despertador interrumpe mi sueño. Tras un par de luchas internas, bajo de la cama, me dirijo a la cocina, me preparo un bol de cereales y, con toda la calma del mundo, disfruto cada una de sus cucharadas.
10 minutos más tarde, casco en mano y chaqueta puesta, salgo por la puerta de casa hacia el aparcamiento. Ante mí, una especialmente larga clase de Estadística en la universidad, seguida de una clase de repaso, para a posteriori, comer en un margen de 10 minutos e ir al trabajo. Así acabando a las 7 de a tarde mi jornada, afamado, totalmente agotado y con unas ganas exasperantes de coger la cama.
Saliendo del trabajo a les 7:03, despidiéndome de mis compis (dicho así para que se vea que en verdad me caen bien) y, sentado en la cantina del trabajo, aprovechando un par de minutos para mirar qué me cuenta el teléfono. Cientos de notificaciones; noticias, actualizaciones, tweets, mensajes, etc. Por el momento, nada raro, hasta que leo un mensaje que me sorprende, “mira el buzón”, me dice.
Totalmente intrigado, guardo el teléfono, salgo de la cantina, me monto en la moto y vuelvo hacia casa. Cierto es que sigo estando jodidamente cansado, incluso un poco harto de la vida, pero ese mensaje inesperado, quieras o no, me ha animado. 10 minutos más tarde aparco, me acerco al buzón de casa y en él encuentro una ingente cantidad de cartas. Las recojo todas y voy a dejar mis cosas.
Minutos más tarde empiezo a mirar las cartas, muchas del banco, promociones, así yo descartando esas lo primero. Hasta que la encuentro, escrita a mano. Mi primera reacción es adoptar una sonrisa de oreja a oreja. La segunda, cogerla, mirarla, todos sus contornos, lados, con una ilusión que no sabría describir con palabras. A continuación, abriéndola, con esmero, tratando de dañarla lo más mínimo. Para luego ver el mensaje, y emocionarme.
Es curioso como un acto tan sencillo como es redactar y mandar una carta, puede transformarse en algo tan bonito, lleno de significado y valioso. Y es justamente por eso que he nombrado pequeños grandes detalles a este acto. Pequeños grandes detalles, que pueden coger un día duro, y convertirlo en un día para el recuerdo.
Hoy, un día después de recibir la carta, sigo sin poder ocultar esa sonrisa.
Gracias,
Te quiero.
Es raro ver hoy en día carta escritas a mano. Con tal que su contenido no sea para pagar impuestos atrasados, bien vale la pena emocionarse.
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Es una preciosa costumbre que mucho me temo estamos dejando de lado por el WhatsApp y demás redes sociales. Con lo bonitas que son…
Claro está que las cartas sobre impuestos no me gustan tanto hahah
¡Nos leemos!
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