Es curioso ver cómo nuestras vidas pueden cambiar de un día para otro. Ya sea por una enfermedad, un sobresalto, una ruptura, un despido, etc. A mi siempre me había gustado arriesgar.
Prueba de ello que siempre que podía salía de curvas con los amigos, en moto o en coche, me eran indiferente los medios, siempre y cuando la finalidad fuera la misma. De ahí quizás que mi colega quisiera sumarse al carro, quisiera formar parte de ese temerario grupo, quisiera arriesgarse.
Así saliendo del cine un viernes por la tarde con un mal sabor de boca; una peli decepcionante (cuyo nombre por respeto no diré) junto a un día decepcionante. Acompañados de una densa lluvia camino al coche, nos planteábamos dónde cenar. Finalmente decantándonos por la vía económica, el McDonald’s. Así pues, sentándonos en el coche, apartando los móviles pues nos conocíamos el camino de sobras, y arrancando.
Des de la posición de copiloto viendo cómo mi colega apretaba el acelerador sin miedo, jugando con el coche, manteniendo el acelerador y embrague en sintonía, escuchando las ruedas chirriar en los giros, los amortiguadores balancearse cual barco en el mar. Ambos sonriendo, yo confiando en sus dotes de piloto, él sacando lo mejor de su repertorio. Totalmente ajenos a las malas condiciones del asfalto, totalmente ajenos a los riesgos que estábamos pasando por alto.
Hasta que la penúltima curva pudo con nosotros; las ruedas derrapando en exceso, el lateral del vehículo sobrepasando el bordillo, acercándose a la barandilla y arrollándola. Empezando a volar, para segundos después y a modo de caída libre estrellarnos contra la pared de una fábrica. Pálido, mirando a mi alrededor sin entender qué ha pasado, notando un terrible e incesante pitido en mis oídos, mirando a mi izquierda y viendo la cara de mi colega aplastada contra el airbag delantero. Dominado por el miedo, chillando a mi colega para que volviera en si, rogando a Dios que estuviera bien a la vez que temiéndome lo peor. Al poco este levantando la cabeza. Entonces, y dándonos cuenta de que el coche echaba humo, ambos tratando de abrir nuestras respectivas puertas, finalmente mi colega abriendo la suya (la mía no cedía) y ambos escapando por ahí.
Magullados, con un terrible dolor de cuello y piernas, mirábamos con incredulidad la escena. El coche totalmente destrozado (a posteriori declarado siniestro total), la barandilla y asfalto reventados y nuestras conciencias marcadas de por vida.
Hoy, 13 de marzo de 2019, años después del incidente, sigo cogiendo las curvas inquieto, con respeto hacia estas. Y es que, tal y como os he dicho, a mi me gustaba arriesgar. Ahora ya no tanto.
Estés donde estés, siempre te querremos Atenea.
¡Muy buen relato! Sin duda, todos tenemos alguna u otra experiencia que nos ha marcado y marcará por y para siempre…
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Qué razón…aunque quieras o no, eso algo de tu vida algo interesante (des del punto de vista optimista) hahah
¡Muchas gracias por el comentario!
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